La
producción de bienes y servicios está constituida por unidades discretas
llamadas factores de producción. Uno de éstos es la materia prima, que
corresponde a los elementos en su estado inicial con respecto a un proceso
productivo dado. Otro factor es el trabajo, que es la actividad humana ocupada
en producir. La gestión es el factor ejecutivo encargado de dirigir y
administrar la unidad productiva o empresa. El capital es otro factor y es
fundamentalmente trabajo acumulado destinado a ser invertido en la estructura
productiva. Por último está la tecnología, que es capital invertido en procurar
extensiones al trabajo donde la actividad humana es ineficiente y costosa.
Patricio Valdés Marín
La
estructura económica productiva
El interés de los economistas consiste esencialmente en
comprender cómo la economía funciona con el objeto de maximizar su desarrollo y
crecimiento. Para ello, se preguntan acerca de qué fuerzas y estructuras
intervienen, cómo se relacionan, cómo se comportan, cómo generan efectos
positivos, cómo se autorregulan, cómo es posible dominarlas y regularlas, cómo
se puede aprovechar mejor su autonomía y libertad de gestión, cómo evitar
causas y efectos negativos.
La estructura económica está compuesta por unidades
productivas, llamadas empresas, y que pueden ser unipersonales. La empresa es
una subestructura de la economía cuya función es la dirección, control y
desarrollo de una unidad productiva que transforma materia prima en producto. A
su vez, estas subestructuras están constituidas por un tipo no atomizado, sino
orgánico e interactivo, de unidades discretas; aquéllas que los economistas
denominan factores, pero que son en realidad recursos económicos. Corrientemente
se han distinguido cuatro: materia prima, trabajo, capital y gestión
empresarial. Podríamos agregar un quinto factor: la tecnología. Cada uno de
estos factores es característicamente funcional, y el efecto de la acción
combinada de todos, sin excepción, es la producción de bienes y servicios,
pagar los costos de producción y generar una ganancia. Una acción efectiva en
la conducción económica de una empresa consiste en saber mezclar estas unidades
discretas en las proporciones justas de la misma manera como se prepara un
sabroso guiso. Las decisiones del conjunto de agentes económicos establecen los
valores para cada unidad y subunidad de la estructura económica productiva, en
lo que se denomina asignación de recursos.
Importa considerar los factores desde el punto de vista
de su posesión. En este respecto podemos distinguir la posesión privada de la
posesión colectiva o pública. En el fondo, en el primero, el objetivo es
fundamentalmente la supervivencia individual, en tanto que en el segundo, es la
subsistencia del grupo. Considerando el objetivo como función de la posesión,
podemos ver que la posesión privada tratará los factores económicos en forma
distinta que la posesión colectiva. Esto es especialmente cierto en el caso del
capital. Un inversionista buscará siempre que su capital le reporte el máximo
beneficio con el menor riesgo posible, pues el solo beneficio acrecentará su
poder relativo, siendo secundario si el capital se invierte en una industria de
alimentos o en el tráfico de drogas. En cambio, el capital colectivo tiende a
invertirse para beneficiar a la colectividad o acrecentar su poder relativo. Es
la diferencia que existe entre el bien individual y el bien común. Pero también
es la diferencia entre una inversión que busca fundamentalmente la rentabilidad
y una inversión que busca beneficiar la colectividad, aunque sea con propósitos
tan oscuros como mejorar la votación partidaria o prepararse para una guerra.
Por ello, el capital privado resulta ser en general más eficiente en la
utilización de recursos que el capital estatal o colectivo, siendo el
despilfarro y la poca eficacia contrarios al beneficio. Sin embargo, desde el
punto de vista de la sociedad civil, importa más que el capital se invierta en
consonancia del bien común que en garantizar un beneficio a un capitalista en
particular.
En cuanto al trabajo, afortunadamente la esclavitud,
que es el trabajo humano como posesión privada, forma parte de la historia,
excepto en remotos lugares no tocados por la civilización. En la actualidad
existe un amplio reconocimiento de los derechos individuales, lo que no
significa no tratar de explotar el trabajo al máximo, en una especie de
esclavitud encubierta. Veamos a continuación los factores, o unidades discretas
de la estructura económica productiva en forma separada.
La
materia prima
La materia prima no es lo mismo que el concepto
aristotélico para referirse a un componente del ser metafísico. Lo que ambas
tienen en común es la característica de estar en potencia. La materia prima
económica corresponde a los elementos en su estado inicial con respecto a un
proceso productivo dado. El término de dicho proceso se llama producto. Las
materias primas son estructuras que se encuentran en estado natural o que ya
han sido parcial e intencionadamente modificadas por los seres humanos en el
proceso productivo. Con la aplicación de fuerzas productivas, se transforman
ulteriormente en bienes funcionalmente útiles. Desde el momento en que una
materia prima sufre una demanda en el mercado, constituye una riqueza, y, por
lo tanto, una mercancía transable y que induce a su oferta y demanda. La
relativa escasez o abundancia de un recurso natural en un momento dado
determina su valor en tanto riqueza. El agua dulce, tan abundante en otras épocas
en ciertos lugares, está cada vez más transformándose en un recurso escaso en
las regiones más pobladas de la
Tierra, y por tanto, está adquiriendo un creciente valor. El
contrario de riqueza es basura, y de eso nuestra Tierra está soportando cada
vez mayor contaminación que no puede reciclar naturalmente.
El origen primero de la materia prima es la naturaleza.
Ésta está constituida por las riquezas naturales tanto físicas como biológicas,
y se habla entonces de recursos naturales. El extraordinario crecimiento de la
economía de la actualidad ha transpuesto el límite de la capacidad de
recuperación neta para muchos de los recursos naturales. Por ello es necesario
introducir el concepto de “desarrollo sustentable” en las economías que
acentúan el concepto de crecimiento. La extraordinaria superexplotación actual
de los recursos naturales está conduciendo a su acelerado agotamiento y
destrucción y, consecuentemente, a limitar nuestras posibilidades de
subsistencia como especie. Así, crecimiento y sustentación son ideas
contradictorias cuando hacen referencia a la realidad actual.
En la economía capitalista la relación existente entre
capital y naturaleza es desequilibrada. El objetivo del capital son los
beneficios que se obtienen de su inversión. El astronómico aumento del capital
después de la Segunda
Guerra Mundial, y que se sigue acumulando, requiere cada vez
mayor espacio económico donde ser invertido. Pero la naturaleza de nuestra
limitada Tierra ya no tiene capacidad para seguir siendo explotada a las
crecientes tasas actuales. Nos estamos ahogando en contaminación, mientras que
lo que va quedando son espantosas cicatrices de basura y páramos estériles,
creciente agotamiento de los recursos naturales y la marginación en la abyecta
miseria de poblaciones cada vez más numerosas. Al no poder explotar la
naturaleza en niveles proporcionales a la magnitud de lo acumulado, el capital
tiende a colocarse en inversiones cada vez más riesgosas, con su consiguiente
pérdida en valor, en un degenerativo proceso de autorregulación.
El
trabajo
La fuerza que en primera instancia ocupa la economía es
la actividad humana tanto física como inteligente. Esta fuerza es lo que los
economistas designan como “gestión” y “trabajo”, distinción que se refiere a
una especialización funcional de la actividad económica y no de la actividad
humana misma. No significa que el gestor desarrolla una actividad inteligente y
el trabajador, una física. Ambas funciones implican desarrollar trabajo físico
e intelectual. La falsa idea proviene del hecho de que quien está en posición
de dirigir utiliza corrientemente el poder que dispone para obligar al
subordinado a realizar las tareas más arduas, pesadas y también las menos
rentables. Asimismo, una tarea ardua requiere corrientemente menor capacitación
profesional, pudiendo ser con mayor facilidad reemplazada por máquina, con lo
que su valor relativo disminuye.
El trabajo se refiere a la actividad humana implicada
directamente en la producción. Es el esfuerzo que debe desempeñar el ser humano
para procurarse de los productos que le permiten sobrevivir. Los animales
también consumen energía en la actividad de procurase recursos los que le
permiten sobrevivir y reproducirse. Pero los seres humanos se distinguen del
resto de los animales por varias razones. Entre éstas ellos valoran económica,
social y psicológicamente su actividad de producir; utilizan energía no humana
y medios naturales y artificiales para reemplazar los propios; también ejercen
más actividad en producir que la estrictamente necesaria para sobrevivir y
reproducirse.
El trabajo es multifuncional. Además de procurar los
medios de supervivencia y desarrollo al ser humano, permite indirectamente a
cada individuo relacionarse socialmente, obtener una identidad particular,
satisfacer sus necesidades de creatividad, pasar el tiempo y también adquirir un
relativo dominio sobre su existencia. El ocio, por otra parte, si no es un
descanso entre el trabajo o no constituye una actividad distinta, genera
ansiedad y frustración. El trabajo, al producir riquezas, confiere poder y
prestigio, términos sociológicos que significan una capacidad para ejercer
fuerza (poder) y una estructuración funcional (prestigio) determinados, a quien
se beneficia de él.
El individuo, revestido de su función económica de
trabajador, cambia su esfuerzo y tiempo por una remuneración. Todo trabajador
entra en la escala del trabajo, ocupando un lugar determinado que depende de su
capacidad individual para desempeñar un trabajo particular y de la relación
actual entre la oferta y la demanda para tal trabajo. Considerando que la
oferta de trabajo siempre es grande, la remuneración de un trabajador depende
del lugar que ocupa en la escala, siendo el del peldaño inferior tan mísero que
los medios de supervivencia que obtiene sólo mantienen al trabajador
subsistente hasta su agotamiento físico total y que terminan por producirle su
muerte. Lo paradójico también es la tendencia del capital de reemplazar el
trabajo por tecnología, pues ¿quién llegará a comprar los productos si las
remuneraciones se van suprimiendo, disminuyendo así el número de consumidores?
En una sociedad cada individuo aporta lo suyo para la
colectividad y recibe de ella lo que necesita en una cierta medida de lo que
aporta. Puesto que lo aportado y lo recibido son cualitativamente distintos, el
mercado es usualmente el mecanismo utilizado para determinar el valor de lo
aportado y el valor de lo recibido. De este modo, el valor del trabajo, en
tanto bien o servicio empleado en los procesos de producción, es transado en el
mercado. En una economía socialista, no siempre es evidente que el valor que
adquiere el salario resulta de la oferta y demanda de trabajo, pero en el largo
plazo lo que se paga en salarios tiende a reflejar su incidencia en el producto
según el mercado laboral.
Es claro que el trabajo es una actividad que a todo ser
humano toca en toda su intimidad. De allí que es posible enunciar algunos
contrapuntos que surgen entre las consideraciones racionales y las afectivas.
Así, aunque el trabajador siempre ha sido explotado (esclavos y siervos en la
economía agrícola, peones en la economía artesanal, obreros y empleados en la
economía industrial), siempre han existido utopías que se han basado en la
posibilidad de la equidad y la solidaridad. Incluso en plena era de la utopía
del progreso sin límites de hace algunos decenios se supuso que el trabajo
podía ser reemplazado totalmente por la máquina y los seres humanos podían
vivir en el ocio.
Trabajo
y capital
Karl Marx hablaba de “plusvalía” para referirse a
aquella parte de trabajo convertida en producto que el empresario se apropiaba
para sí. Suponía que el trabajo es unívocamente esfuerzo en un tiempo que
transforma una materia en un producto, que toda unidad de trabajo se convierte
necesariamente en producto y que el valor del producto tiene una
correspondencia fija con la cantidad de trabajo empleado en su elaboración.
Tenía como modelo para su pensamiento en esta materia el trabajo del artesano y
creía que una fábrica es un conjunto de artesanos trabajando en una fábrica
para un patrón. El patrón simplemente explota al trabajador por no remunerarle
por la totalidad del esfuerzo puesto en producir. No pensaba que el valor que
adquiere el salario es determinado por otros factores.
De este modo, el valor del salario es en el fondo una
combinación de dos factores: el reemplazo de trabajo por tecnología y la
relación desigual y no equitativa entre trabajo y capital. Así, por una parte,
el trabajo puede ser reemplazado por innovación tecnológica. La tecnología es
una extensión del cuerpo humano que reemplaza el esfuerzo humano. Algunos han
supuesto que la tecnología puede reemplazar completamente el trabajo humano de
modo tal que se podría tener la esperanza de que los seres humanos pudieran
vivir en el ocio. Si fuera posible la utopía de que máquinas automáticas,
operadas por inteligencia artificial, controlaran totalmente el sistema
productivo, no sería posible la existencia del sistema económico liberal, ya que
necesita que la remuneración del trabajador se transforme en demanda efectiva.
Pero la tecnología no es un bien social, sino que
privado. El capital invierte en tecnología para reemplazar trabajo y, así,
disminuir el costo de producción y el capital invertido volverse más
competitivo. El significado de esta preferencia es doble. En primer lugar,
siempre producirá una proporción de desempleo. En segundo término, esta
proporción de desempleo tirará los salarios hacia abajo, para gran conveniencia
del capital que, así, podrá asegurar un beneficio mayor. Ciertamente, al
conferir un menor valor al trabajo en el mercado, no ayuda a quien sólo dispone
de trabajo para intercambiar por los medios necesarios para satisfacer sus
necesidades básicas. Por la otra, en la relación capital-trabajo de cualquier
tipo de actividad empresarial, se puede observar que siempre habrá gran demanda
por el primero y habrá gran oferta por el segundo. La conclusión lógica es que
en la repartición de los beneficios entre ambos factores el trabajo no
resultará precisamente el más beneficiado.
La cuestión de hasta qué punto el trabajo es la
locomotora del tren de la producción puede ser respondida diciendo que sólo el
mercado para los productos de producción masiva toma en cuenta la masa laboral
remunerada. El nicho de mercado para productos más exclusivos es el de la gente
más adinerada. Es fácil imaginar incluso una actividad económica bullente sólo
de productos exclusivos para gente exquisita, pero que tendría que financiar
fuertemente una buena protección policial, si pensamos en los zares rusos.
También el valor del salario depende de una relación
desigual y no equitativa entre trabajo y capital. La inversión de capital es
esencial en la vida de un país, pues genera trabajo, y altas tasas de empleo
son la condición para la paz social y la estabilidad política. Pero en el curso
del tiempo, el capital privado ha obtenido tan enorme poder político que los
gobiernos, altamente influidos por aquél, han sido complacientes a sus
dictámenes. El Estado neoliberal se ha vuelto sordo al hecho del fundamental
desequilibrio entre los dos factores mencionados: la demanda por capital es
proporcional a la oferta de trabajo, lo que conduce necesariamente a una
repartición de la torta económica absolutamente poco equitativa. Para sostener
el beneficio que el capital demanda para sí a tasas atractivas para su
inversión, el ingreso del trabajo ha sido forzado a mantenerse bajo, de modo
que se puede observar un cada vez mayor distanciamiento entre los sectores
financieros de la sociedad y los asalariados.
Pues bien, el problema que suscita la poca equitativa
remuneración del trabajo es que el excesivo excedente de capital generado ha
sido forzado a ser absorbido por el trabajo a través de un sistema crediticio
(créditos hipotecarios y de consumo) altamente riesgoso, pero muy beneficioso
para el capital. El problema es que estas colocaciones suelen producir burbujas
insostenibles que acaban por colapsar sobre la economía por falta de garantías
suficientes. El problema se agrava en una espiral difícil de detener cuando la
economía (producción-consumo) amenaza detenerse, aumenta el desempleo y la no
cancelación de los créditos se acentúa.
Desde la
Revolución industrial la contraposición entre trabajo y
capital se ha agudizado. Por una parte, el capital es un bien escaso y el
desarrollo económico siempre está en su demanda, lo que determina un mayor
beneficio para sí. Por la otra, no sólo ha aumentado la necesidad por trabajar
para poder acceder a la diversidad de bienes de consumo que resultan
imprescindibles, sino que también el trabajo ha llegado a ser una reducción de
aquella multifuncional actividad humana que ha tenido su expresión en la
diversidad de faenas y tareas desempeñadas desde los remotos tiempos de las
labores de caza, pastoreo, cultivos y artesanías. En comparación con tales
actividades menos civilizadas, el trabajo actual se ha vuelto monótono y gris a
causa de ser ejercido dependiendo del ritmo impuesto por una máquina, un
implemento o un proceso.
La máquina de vapor, como unidad motriz que mediante un
largo eje rotatorio horizontal, cuya longitud abarcaba el largo de la fábrica,
movía las diversas máquinas e imponía el ritmo y el tiempo del trabajo de los
trabajadores. Esta situación no se flexibilizó con el motor eléctrico, que
independizaba el funcionamiento de cada máquina, sino que hizo posible la
introducción de la línea de montaje según parámetros tayloristas, la que
encasilló aún más la actividad humana. El futuro del trabajo está ahora
determinado por el desarrollo y la extensión de la cibernética y la
informática. Gran parte del trabajo del mismo tipo está siendo reemplazada por
la primera, mientras que la segunda está demandando de la actividad humana
mucha especialización y renovación. La línea de montaje está ahora a cargo de
máquinas robóticas. Quien no se adapte a estas nuevas condiciones verá peligrar
su fuente de ingresos para sobrevivir.
Vemos, por tanto, que en la actual economía
tecnologizada y neoliberal el valor relativo del trabajador es bajo, aunque
esté bien capacitado, y su empleador se lo hace saber mediante un trato
despótico y muy poco humano. Y sin embargo, este trabajador puede sentirse
afortunado porque tiene un empleo. Quien es absolutamente prescindible por el
sistema son los miles de millones de seres humanos en el mundo que no están
capacitados para un puesto en demanda, pero que deben buscarse su diario
sustento en precarias tareas, como microempresario, pequeño comerciante, peón
temporero, pequeño campesino sin capital y otras tareas tan marginales como
recurridas.
La experiencia de los socialismos reales, que se
proponían el pleno empleo, constituyó un relativo fracaso económico, no tanto
por la pobre productividad del trabajo, sino por la pobre capacidad de gestión
empresarial que no suponía que necesitaba experimentar la dura competencia
donde sobrevivía el más apto, que es la gracia del mercado. Esta experiencia
formaba parte del modelo de planificación central de la economía. Sin embargo,
la pregunta que permanece es si acaso vale más que quien desee trabajar tenga
empleo, aunque con baja remuneración relativa, a que la actividad económica sea
tan eficiente que el empleado arriesgue su permanencia en el mercado por su
ineptitud. En otras palabras, ¿será más conveniente una eficiente asignación de
recursos que la posibilidad que todos tengan la posibilidad de sobrevivir
aportando su esfuerzo a la producción? Una pregunta aún más radical es,
considerando que la persona debe ser el centro de la actividad social, ¿por qué
no adaptar los sistemas de producción a las características del ser humano, en
vez de adaptar al trabajador a las condiciones para una mayor productividad de
la fábrica? Una respuesta humana debería considerar el hecho biológico,
psicológico y cultural de la diversidad de aptitudes y capacidades, frente a la
cual no se debiera discriminar tan tajantemente en función del capital y su
búsqueda del máximo beneficio posible. El sistema educacional debería
considerar esta pregunta y no ser simplemente funcional a la demanda del
capitalismo neoliberal.
El Estado podría usar la política tributaria para
lograr un mayor y mejor empleo. Es posible atenuar el problema de inequidad
fundamental y producir más empleo si se introduce un factor F al porcentaje del
impuesto a las utilidades de las empresas. Este factor es posible determinar
para cada empresa con el conocimiento que el SII tiene en la actualidad del
capital y utilidades de las empresas y las remuneraciones. La fórmula sería la
siguiente:
F = a·b/(c·d·e)
donde:
a = capital de inversión de la empresa
b = diferencia entre el sueldo más alto y el sueldo más
bajo de la empresa
c = total del gasto en remuneraciones
d = cantidad de trabajadores
e = años de servicio promedio
Sin necesariamente aumentar ni disminuir el actual
ingreso global a las arcas fiscales por este concepto, la ponderación de estos
parámetros sería parte de esta política. Por ejemplo, el valor de F podría
fluctuar entre 0,3 y 3. Su propósito es premiar a las empresas que producen con
mayor valor agregado, remuneran bien a sus trabajadores, prefieren no
reemplazar trabajo por inversión de capital en tecnología substitutiva, mejoran
salarios mínimos, mantienen a sus trabajadores en el tiempo. Así, la
competitividad no debiera obtenerse a costa del trabajo, sino que en mayor
innovación, capacitación laboral, gestión y tecnología.
El
capital
El capital es otra de las unidades discretas de la
estructura económica productiva. En primera instancia, por capital podemos
referirnos al valor o el costo de los bienes y servicios requeridos como medios
para producir. En segundo lugar, es la energía acumulada que se libera en el
proceso de producción y que corresponde al costo que se debe pagar para
desarrollar y diseñar el producto, realizar los estudios de mercado y
determinar el segmento de mercado, confeccionar el proyecto de evaluación
económica, organizar la empresa, adquirir o alquilar el terreno, los elementos
de trabajo y las maquinarias, implementos e instrumentos, cubrir los costos de
la puesta en marcha, promover el producto, adquirir insumos, pagar
remuneraciones, cubrir los costos de almacenaje, pagar fletes, comerciar el
producto, etc. En tercer lugar, el capital se refiere a los derechos sobre
dicha energía acumulada. En este sentido, dichos derechos se expresan a través
de la compra, la venta y la obtención de utilidades de esta energía acumulada
cuando se invierte o cuando se recupera la inversión. En fin, lo que
caracteriza al capital es que llega a ser un factor de la producción
absolutamente desequilibrante y hegemónico, pues si tiene la capacidad para
comprar los restantes factores de la producción, también los puede llegar a
dominar y controlar.
El capital es esencialmente un elemento que, como la energía contenida en un
combustible, produce fuerza. Tal como la gasolina hace andar un motor, el
capital hace andar la economía. Pero a diferencia de aquella, cuya energía se
consume por completo cuando hace combustión, éste tiene por función principal
la regeneración de la energía gastada más un incremento. Cuando se invierte en
la actividad económica, se pretende recuperarlo junto con un beneficio. El
capital es intencionalmente invertido con el propósito de recobrarlo en un
plazo indefinido y obtener beneficios en plazos menores. Se invierte para que
al cabo de un cierto tiempo se recupere superando la inversión. Es interesante
advertir que el capital, como toda fuerza, actúa principalmente en el tiempo,
pero excepto cuando está invertido, es independiente de un espacio concreto,
pues traspasa todas las fronteras nacionales.
El mayor o menor beneficio que se espera obtener de una
inversión depende de tres factores. El primero, la oportunidad. El segundo, el
riesgo que se está dispuesto a asumir. El tercero, las expectativas concretas
de la rentabilidad de la inversión. Estas dependen del tiempo para su
recuperación. De este modo, el capital se invierte naturalmente en aquellos
negocios que prometen el mayor beneficio posible, en el menor tiempo posible y
con el menor riesgo posible.
Como toda energía, el capital puede acumularse. La
causa de su acumulación hay que buscarla en un mayor o menor desarrollo
tecnológico, mejor o peor capacidad de la gestión empresarial, mayor o menor
productividad de la mano de obra, mayor o menor disponibilidad de recursos
naturales. Estas condiciones económicas se encuentran de alguna manera
relacionadas con la estabilidad política, la expansión económica, el acceso al
mercado. También relacionadas con las anteriores se encuentran una serie de
condiciones estructurales de la economía liberal: mercado libre, economía
abierta, libre empresa, mercado financiero, propiedad privada, etc. La
competitividad de una economía liberal incentiva la inventiva y la innovación
tecnológica. Una economía en expansión induce a buscar recursos naturales. La
disponibilidad de recursos naturales, obtenidos en mayor cantidad y al menor
costo genera una economía en crecimiento.
El capital también se puede perder o destruir. Puesto
que normalmente no se tiene el control de todas las condiciones que pueden
afectar una inversión, el negocio puede fracasar y el capital invertido puede
ser consumido como la gasolina que se quema al aire libre sin provecho alguno.
También el beneficio del capital, referido a la tasa de interés, puede
reducirse si la economía entra en recesión, se sobrecalienta, produce
inflación, etc., significando que la demanda por capital ha disminuido. Incluso
en un periodo recesivo el valor del capital invertido disminuye, lo que es
reflejado en las bajas generalizadas de los valores netos de los títulos que se
transan en las bolsas de comercio.
La acumulación de capital tiende a generar mayor
intensidad en su inversión. Esta mayor intensidad de capital suele posibilitar
mayor tecnología, mayor productividad y mayor producción. Pero la intensidad de
capital busca principalmente la competitividad más que una reducción de los
costos de producción. Una vez desbancada o controlada la competencia, los
productos no se abaratan necesariamente. Por el contrario, acostumbran a
encarecerse, mientras las utilidades aumentan, que es el objetivo del
inversionista.
Al capital debemos suponerle una modificación en el
tiempo que los economistas denominan interés. El capital, siendo fuerza
acumulada, puede y debe ser utilizado para generar bienes y servicios nuevos.
Así, el capital se puede regenerar, como ciertamente también se puede destruir
si lo que se produce contiene un beneficio negativo. En una economía en
expansión la demanda por capital aumenta y la tasa de interés sube. El capital
se torna más productivo. El capital es, de esta manera, socialmente premiado, y
quien presta o financia sufre menos riesgos que quien produce. Por otra parte,
el fracaso de una inversión produce temor. Una de las principales fuerzas que
detiene el crecimiento de la economía es el temor de no obtener el beneficio
esperado, de perder lo arriesgado, de ser desposeído, pero también es una
fuerza que preserva los equilibrios económicos.
Es interesante observar que el capital puede ser
representado por la misma moneda que la remuneración que recibe el trabajo. Una
remuneración ahorrada puede convertirse en capital. De ahí que la función de la
moneda sea doble y dependa de la estructura en la que se inserte. Dentro de la
estructura productiva se explotan y transforman las riquezas, se transfieren
productos en sus diferentes procesos de elaboración, se invierte en bienes de
capital, en gestión, en publicidad, en mercadeo y promoción, en desarrollo
tecnológico, en tecnología, en capacitación, y se pagan por los insumos
consumidos y la mano de obra empleada. En estas actividades la moneda adquiere
la forma de capital, ya sea para ser invertida o para hacer andar la
producción, tras la cual se recupera. Su circuito corriente es
capital-producción-capital más beneficio.
En cambio, dentro de la estructura distributiva, donde
los bienes de consumo son adquiridos por los consumidores finales, la moneda
utilizada corresponde a la remuneración. Esta no es otra cosa que un derecho
que se adquiere para consumir y que está limitado sólo por la cantidad
percibida. En su circuito de intercambio, la moneda retorna al capitalista a
cambio de bienes de consumo pagados. En este doble circuito, la actividad
económica es retroalimentada por el trabajador-consumidor, de donde el capital
obtiene su beneficio.
Desde los puntos de vistas funcional y ético, no es
imprescindible que el capital sea privado, pero sí lo es que el trabajo obtenga
una remuneración equitativa, correspondiente al esfuerzo desarrollado, a la
productividad efectuada, a la producción realizada, a la relación con la escala
general de remuneraciones, a la utilidad percibida. Por parte del capital, se
hablaba de usura cuando existía un interés, hecho que era considerado
pecaminoso. Sin embargo, lo que resulta éticamente reprobable es que por
favorecer el beneficio no se remunere el trabajo en su valor equitativo.
Antes, cuando Marx escribió El capital, una misma persona era quien gestionaba una empresa y
era dueño de la misma y del capital de producción. Él era tanto un empresario
como un capitalista y, en definitiva, era un explotador. En la actualidad estas
funciones se han separado. Quien gestiona una empresa se ve envuelto en muchos
riesgos que son difíciles de controlar y se mete en otros riesgos en razón de
las oportunidades que se le van presentando. Por el contrario, un capitalista
quiere obtener el máximo de beneficio posible de su capital, pero a costa del
mínimo riesgo posible. Considerando que el capital es siempre escaso en
términos relativos, a un capitalista no le conviene asumir más de los riesgos
que le permiten obtener un buen y asegurado beneficio. Por otra parte, a un
empresario puede convenirle asumir un mayor riesgo si con ello puede obtener
una mayor utilidad. En consecuencia, en la actividad empresarial se puede
observar que las decisiones empresariales corresponden al empresario, quien se
encuentra en mejores condiciones para detectar buenas oportunidades de negocio
para así incrementar sus utilidades, y que el financiamiento corresponde al
capitalista, quien toma todos los resguardos posibles para no perder su capital
y obtener asimismo un beneficio.
Los derechos de uso y usufructo del capital son
conferidos por la estructura socio-política según las conveniencias del interés
común. Esta estructura no es neutral respecto al uso de capital, ya que su
inversión es un factor decisivo de la producción económica y, por tanto, del
desarrollo y crecimiento económico de una nación. Resulta ser aún menos neutral
con respecto a la propiedad del capital, y ello por dos razones. Por una parte,
la posesión de capital genera poder económico, el que trae aparejado poder
político. Por la otra, el usufructo de los beneficios del capital incrementa
los privilegios de su poseedor. En consecuencia, la ideología económica que una
estructura socio-política llegue a adoptar llega a ser muy sensible en la estructuración
social. El derecho conferido a la posesión de capital privado genera
naturalmente desigualdades sociales, siendo en ciertas situaciones éstas muy
profundas, y como consecuencia promueve además diferencias políticas, haciendo
más poderosos a los poseedores de capital, quienes tienden a formar partidos
políticos muy gravitantes en el interés general.
La práctica parece mostrar que un desarrollo y
crecimiento productivo y comercial en la escala empresarial resulta ser más
eficiente si la propiedad de la empresa es privada, y resulta ser
indirectamente de beneficio de la nación siempre que el Estado establezca los
resguardos necesarios para garantizar los derechos ciudadanos. Sin embargo, la
práctica también parece mostrar que la empresa privada no logra encarar con la
misma eficiencia los proyectos de dimensión país o que convengan al bien común.
En tal caso, es razonable que el Estado pueda poseer capital para estos
objetivos que van directamente en beneficio del interés general. Ya sea
produciendo directamente o a través de créditos definidos a empresarios
privados, el Estado puede intervenir en la economía productiva sin menoscabar
el libre mercado.
Cuando son los particulares los reclamantes de la
posesión de capital, se esgrime el argumento de la subsidariedad y de la
iniciativa privada como motor eficaz del desarrollo económico, pero ocultan su
codicia y ambición detrás de una actitud altruista. Cuando son los estatistas,
se resalta la capacidad planificadora y realizadora del gobierno, pero se oculta
su pretensión totalitaria. Posiblemente, la posesión colectiva del capital
permitiría obtener las ventajas de ser un motor eficaz y planificado de la
actividad económica y omitir las desventajas, siempre que se encontrara una
forma adecuada para su posesión y el consecuente control sobre la gestión
empresarial. Probablemente, la estructura de las sociedades anónimas entregue
la pauta de cómo organizar una empresa estatal que sea autónoma de los
intereses de la política partidaria y grupos de poder. En una sociedad anónima
el Estado no tiene injerencia en el manejo de las empresas. Este es el papel de
sus socios. La sociedad civil, dueña de sus empresas, elegiría un directorio
del mismo modo como los inversionistas privados eligen a sus representantes. En
este esquema, no se trataría de colectivizar la economía, sino de establecer
empresas nacionales autónomas tan competitivas como las empresas privadas, pero
con capital colectivo.
La
tecnología
En el reino animal la fuerza muscular es la única
fuerza que está al servicio del individuo para procurarse directamente los
medios de supervivencia. Desde la aparición del homo sapiens los individuos de
nuestra especie han ido inventando técnicas para controlar el trabajo de las
variadas fuerzas de la naturaleza y reemplazar en forma más efectiva el trabajo
muscular humano directo. Hace unos 130.000 años, poco antes de la última
glaciación, los seres humanos adquirieron la plena capacidad del pensamiento abstracto
y lógico junto con el lenguaje articulado que nos caracteriza y que nos permite
inventar e innovar y acumular el desarrollo tecnológico. De este modo, el grado
de civilización es directamente proporcional a la eficiencia del trabajo humano
a través de la tecnología. El rendimiento del trabajo del ser humano, en su
estado salvaje, es mínimo y apenas alcanza para satisfacer las necesidades
básicas de alimentación, vestuario y vivienda, siendo la tecnología de sus
artefactos muy primitiva. Tal vez no se pueda decir lo mismo respecto a sus
probablemente muy sofisticadas técnicas y aptitudes para cazar y recolectar. El
progreso aparece con el aumento del rendimiento y la disminución del esfuerzo,
y eso es efecto de la tecnología.
La tecnología es aquel conjunto de conocimientos
prácticos que estructuran instrumentos, máquinas, utensilios y procesos de
producción que son funcionales para transformar las cosas en bienes y
servicios. Siendo el fruto de la inteligencia humana, ella constituye
verdaderas extensiones del cuerpo humano hacia objetos donde el cuerpo es
ineficiente o no puede alcanzar. Ella obtiene de la naturaleza los recursos,
tanto los materiales como la energía, para el bienestar de los seres humanos.
Así, pues, la tecnología tiene una doble función: produce extensiones de
nuestro cuerpo para hacer más accesible las riquezas naturales, y sirve tanto
para que nos adaptemos mejor al medio como para adaptar el medio a nosotros.
Una tecnología se desarrolla hasta el límite mismo de la funcionalidad para
explotar y utilizar el objeto.
Lo que no deja de sorprender es la forma exponencial
que ha tenido el desarrollo tecnológico. Por unos 2,5 millones de años, a
juzgar por el registro arqueológico de poco más que utensilios de piedra que
tenían además escasas diferencias apreciables, éste apenas progresó en calidad
y variedad. A partir de la aparición del homo sapiens, este desarrollo comenzó
a cobrar una levísima aceleración, según nuestra moderna óptica, pero sin duda
tan grande para aquel entonces que significó más tarde la salida de escena de
todos los competidores homo, como los erectus y los neandertales.
Hace apenas unos diez a ocho mil años atrás muchos
pueblos alrededor de la Tierra
comenzaron la nueva vida sedentaria de la agricultura y la ganadería a través
del ejercicio de la selección artificial y el control de las condiciones para
el desarrollo filogenético de muchas especies vegetales y animales. Esta
revolución tecnológica condujo adicionalmente a la posesión de bienes y a la
acumulación de capital. Hace tan sólo dos siglos, cuando se llegó a dominar el
vapor, comenzó la llamada Revolución industrial. En la actualidad, el
vertiginoso desarrollo tecnológico nos ha acostumbrado al cambio, haciéndonos
creer que el futuro traerá la solución a todos nuestros problemas
existenciales. No obstante, el lento desarrollo y el equilibrio de los otros
factores de la economía imponen un límite al desarrollo tecnológico.
El desarrollo de la ciencia ha posibilitado al
conocimiento tecnológico fundamentarse en el conocimiento teórico del cómo
funcionan las cosas. Esta aplicación de la ciencia a la técnica, junto con la
inversión de cuantioso capital en investigación y desarrollo tecnológico han
provocado en nuestra época una “explosión tecnológica”. Además de máquinas
extraordinariamente más poderosas y sofisticadas que potencian su relativamente
débil fuerza física, e incursionan en espacios nunca antes pensado que fueran
posibles, el ser humano ha fabricado últimamente máquinas que potencian su
habilidad de comunicación en forma instantánea y sin importar las distancias, y
también su actividad inteligente de lógica y computación de modo
extraordinariamente rápido, con enorme capacidad y sin equivocarse.
Pero la explosión tecnológica posee otra faceta. Ha
generado una situación enteramente inédita al presionar en exceso sobre los
finitos recursos de la naturaleza. A pesar de que hasta hace un par de décadas
se creía que el progreso económico que traía la tecnología y el conocimiento
científico permitirían solucionar todos los problemas de la humanidad,
actualmente se percibe que nunca como ahora el ser humano está rompiendo los
equilibrios ecológicos de los que forma íntimamente parte, y este proceso
destructivo del medio ambiente se está llevando a cabo con la misma aceleración
exponencial con que se desarrolla la tecnología. Por ejemplo, la motosierra que
está derribando los bosques del planeta tiene apenas 50 años desde su primera
aparición.
Existe una relación íntima entre el capital y la
tecnología. Ya Marx denunciaba que el capital invierte en tecnología,
inventando máquinas sustitutivas de trabajo, para limitar el costo de la mano
de obra y mantener los salarios bajos. Posteriormente, el citado Schumpeter dio
otro cariz a esta relación. La libre competencia entre empresas no existe; lo
que existe es la competencia entre nuevos productos. La aparición de
innovaciones en el mercado aventaja lo conocido. Nuevos bienes, nuevos métodos
de producción, nuevos mercados, nuevas materias primas obtienen mayores
beneficios, aun cuando se vendan a precio de mercado. Estas innovaciones
tecnológicas, generadas por la inversión de capital, resultan competitivas
hasta que otras innovaciones las desbancan de su situación ventajosa.
Si bien el capital invertido en tecnología genera una
diversidad de productos, el desarrollo tecnológico ha permitido a la inversión
de capital liberarse de un lugar definido. La necesidad por capital apareció
con la revolución agropecuaria de hace diez mil años, y la inversión se mantenía
firmemente unida a la tierra o al territorio. La Revolución industrial,
basada en grandes usinas de textiles, hierro, productos químicos, etc., también
ligaba el capital a un lugar determinado, el de aquellas faenas. En la
actualidad las industrias y los mercados son virtualmente móviles y el capital
se invierte donde las condiciones de trabajo y/o de consumo son más favorables.
En consecuencia, el desarrollo tecnológico ha posibilitado la movilidad del
capital y éste se ha hecho internacional, invirtiéndose en cualquier lugar
geográfico que dé el mayor beneficio.
Las unidades discretas de la estructura económica
productiva, en tanto estructuras complejas, no son ciertamente estáticas, sino
que van sufriendo cambios en el tiempo. Podemos observar que el trabajo tiende
a especializarse y a utilizar más la inteligencia que los músculos. La
naturaleza tiende a ser explotada para cubrir mayores aspectos de ella. Pero si
se intensifica su explotación, su riqueza tendería a agotarse y ella misma a
contaminarse. La empresa tiende a ser más eficiente, más impersonal, más
grande. El capital tiende a aumentar, a acumularse y a concentrarse,
adquiriendo cada vez mayor poder político y social, además del económico. En
fin, la tecnología tiende a ser más científica, siendo su desarrollo y el de la
ciencia un caso de simbiosis entre ambas.
Notas:
Este ensayo, ubicado en http://unihum10b.blogspot.com/, corresponde al Capítulo 2, “La producción
económica”, del Libro X, El dominio sobre
la naturaleza (ref. http://unihum9.blogspot.com/).